Sé que hay
días como estos muchas veces a lo largo de la vida. Días en que ocupas el mayor
tiempo del mundo en resolver y luego preguntarte ¿por qué siempre me pasa lo
mismo?, ¿por qué (mierda) no puedo cambiar la historia?
Cuando se tiene un ser inquieto uno busca y busca calmar ese
huracán que no te permite estabilidad o quedarte por un largo tiempo en un
espacio y echar raíces, sin temor a la rutina.
Hoy solo cuento con una maleta de ropa, un colchón que en el
futuro venderé, ya que no lo podré cargar a donde iré en unos meses más.
También cuento con las personas que le han dado sentido a este recorrido y
estaríamos.
Y es que soñar es fascinante cuando se está volando en ese
devenir, pero hace algunos días me di cuenta que ya llegaba a mis 35 años, si
correcto, así es y lo más impresionante de todo es que no me había dado cuenta
de aquello, de la rapidez con que se habían concadenado las acciones y el
vivir, de lo mucho que quiero hacer sin sentir que en la rapidez sea tarde.
Casi en la mitad del camino puedo reconocer a viva voz lo que no
decimos en la soledad más extrema de la noche, cuando nadie nos ve ni escucha,
y es que un corazón sin sangre no puede latir, por lo menos el mío está dando
sus últimos impulsos en esta forma de vida en medio de un espacio donde la
solidaridad, la motivación y el ser humano son lo central del trabajo, del
imaginar y el sentir.
Esta realidad algo me dice que debo correr a la par de lo que
esta comunidad ecuatoriana necesita, pero la falta de sangre, la falta de
preocupación por las cosas que son cruciales para el vivir humano, han afectado
el latir de un corazón que en la mitad del mundo duda si podrá vivir en las
mismas condiciones.
Sin amor no se puede. Sin personas que acompañen tampoco. Sin
espiritualidad menos. Y es que el miedo es una muralla tan bien construida por
la mente que llega a ser invisible para los ojos, para el conciente manejado
por el inconciente, para los que deseamos que la propia historia cambie.
Ingenuamente pensé que el ir y venir, los viajes y el conocer
podrían sanarlo todo, y sí, es posible que así sea, sin embargo existen
situaciones que indican que el tesoro ansiado no lo encontramos dando la vuelta
al mundo, sino más bien perdonando nuestra vida, lo que no ocurrió y lo que no
somos en el estado mas real y puro del ser.
La experiencia me indica que no ha sido un trabajo fácil y
rápido, ya que el corazón comienza a suavizar sus latidos, porque es justamente
la sangre lo que le falta. Mientras esto ocurre, un líder espiritual me dice
que las personas somos absolutas y enteras, capaces de encontrar la paz
verdadera en Dios. En mi interior lo creo pero en la práctica no lo logro, pues
ciertos sentidos como la visión y el escuchar están averiados por estos días.
Sin duda la misión es ir por sangre, por algo más que una maleta
de viaje. Sin duda estoy en la pantomima de instalar un pie en la tierra.
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