05 octubre 2012

Un lugar en la Tierra

A veces uno despierta por la mañana con una intuición. Te sientas en la cama, miras tu entorno, revisas tu ánimo e inevitablemente te preguntas ¿cómo llegué hasta aquí?

Viajas hacia tus recuerdos y comienzas a buscar el día y el espacio que te hicieron sentir despierto y lleno de posibilidades, tiempos donde tu potencial se expandía por el sólo hecho de tener un lugar donde hacer todo lo aprendido a lo largo de la vida. Las emociones brotan  como si aquellos pasajes fueran vividos nuevamente. El presente se llena de plenitud y tú aprovechas de drogarte con esa sensación para descifrar la razón de tu actual insatisfacción, esa que mantiene al ser humano lejos de lo importante, lejos del sentido de su existencia.

Ese devenir termina cuando de manera maravillosa todo se ilumina y encuentras “tu lugar en el mundo”, simple, sutil y completamente humano. Es como situar a tu propio ser donde realmente desea estar y movilizarte. Cada vez que lo pienso y converso con otros, descubro que este suceder de plenitud está conectado con una acción de entrega a gran escala. Aquí no hay grandes sucesos más que el disfrute de ser  y hacer, de fluir y expandirse, de amar y ser amado, de preguntar y encontrar las respuestas.

Uno se engaña buscando calzar con parámetros que no son los propios. Me acuerdo que internamente decía: “es tiempo de tener una vida normal”. Pero hoy veo que los parámetros son personales, por lo tanto se pueden construir a la medida.

Alguien sabiamente me comentó que uno debe conocerse a si mismo, aceptar ser quien es, seas lo que seas, reconocer tu naturaleza, tus mentiras y vivir con honestidad. Pregúntale al corazón: ¿cuándo fuiste feliz?, ¿qué hacías mientras esto pasaba?, ¿bajo qué circunstancias te sentías capaz de lo imposible, de arriesgarte sin temor?, ¿cuándo permitiste que la confianza se apoderara de ti y de tus acciones?

Al revisar dichas preguntas, el propio corazón se agita dando la respuesta de cuándo y cómo fue aquello, comportándose como una brújula universal.

Hoy recomiendo que “hay que estar donde quieres estar”. Si bien para que eso suceda debes recorrer caminos complejos y confusos, o habitar espacios que no estaban en tu plan, de seguro estos mismos recorridos te llevarán a casa nuevamente, “a tu verdadera casa”, aquella que no responde a un país o a una familia, sino a tu lugar.

Un día pude ver ese lugar, lo vi con total claridad. Comprendí que la vida no es de aletargamientos ni de inercias, o de llorar como un niños amurrado de escuela, sino de usar la honestidad para nosotros y luego como un colibrí salir a visitar flores para encontrar la dulzura.

Sea físico o espiritual, de seguro ese lugar existe para cada uno de nosotros. Tan lejos como cerca, hay un espacio que está destinado para ti, para que hagas maravillas con tu potencial humano, siempre dispuesto a mejorar tu vida y la del mundo. 

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