“Compañero
es quien acompaña” dice Laura Guanoluisa, líder y presidenta de la Red Nacional de
Recicladores del Ecuador, RENAREC, mientras lee un discurso histórico frente al
Presidente Rafael Correa y a mil 500 recicladores de todo el país, en marzo de
este año, en el Día del Reciclador.
Qué siento, qué veo, qué admiro de Laura: su temple, misión, voluntad,
sencillez, corazón por los que aún siguen sin voz, honor por los seres que
limpian el rostro del mundo con sus manos, ganas de ser feliz y de ver a los
demás compañeros con la misma emoción de vida.
Una
historia de amor
Hace un año comenzaba mi primera
consultoría como Colibrí Comunicaciones.
Con la actitud de quien se lanza sin paracaídas esperando un buen aterrizaje,
iniciaba mi labor como emprendedora, tomándome con firmeza de un propósito de
grandes alas, rico en corazón, ideas, sueños, muchos sueños, perseverancia,
disciplina y con la certeza de las grandes capacidades que albergan, que
pulsan, dentro de un ser humano.
La misión era implementar durante un
año una estrategia de comunicaciones para los recicladores organizados del
Ecuador, RENAREC, contemplando un
espacio de formación para sus líderes mujeres, desarrollar destrezas
comunicacionales humanas, digitales, políticas y de actitud de vida, generar un
relato como eje transversal de la comunicación, productos y un estilo de
movimiento social lejos del resentimiento y del dolor del que no cree que “es
posible”, buscando más bien iluminar una causa noble y de paso, motivar a otras
comunidades aún marginadas y sin fe.
En la ingenuidad que habita en una primera experiencia, jamás imaginé lo
trasformador que sería en lo personal conocer la historia, forma de vida y de
trabajo de un reciclador de base, sí, aquellas personas que observamos por las
calles buscando su sustento o material (papel, cartón, envases plásticos,
botellas, etc.) para ser vendido o de aquellos que están en un botadero de la
costa o de la sierra ecuatoriana buscando meticulosamente lo que les brindará
un plato de comida a toda su familia.
Llena de prejuicios –inteligentemente
ocultos- comencé la labor. En los primeros encuentros era inevitable observar
sus manos tatuadas por el trabajo al igual que sus uñas, sus rostros soleados,
su intención de ser invisibles ante una ciudadanía que a veces los desprecia
porque los cree delincuentes, quizás usted es uno de los que baja la mirada de
vergüenza pensando qué hace esa persona husmeando en la
basura sin saber que está trabajando ¿ignorancia, resistencia al espejo
del dolor, inconsciencia?
Si un reciclador o recicladora no hiciera su trabajo hoy, mañana lo que
hemos considerado un desecho estaría a punto de sepultarnos. Es una labor
silenciosa y que incide directamente en el medio ambiente, es un oficio que le
otorga una nueva oportunidad a lo que creíamos inservible.
Una de las acciones más elevadas de los recicladores es que son capaces
de brindarle segundas y terceras oportunidades a las cosas, además de colaborar
con el planeta y la matriz productiva de un país ¿Cuántas veces somos capaces
de actuar así con las personas en el campo de las oportunidades?
Las primeras conversaciones que sostuve con sus líderes, en su mayoría
mujeres, era superficial, había temor de parte y parte. Comprobé que mirarnos
como iguales es un trabajo espiritual más que un discurso político.
La primera acción de la bitácora de trabajo fue viajar por varias
ciudades del país y descubrir cuáles eran las urgencias de un reciclador
ecuatoriano. Entre talleres, reuniones, conversaciones y viajes, comenzaron a
surgir los intereses, los sueños y sus necesidades comunes, las que se resumían
en una sola palabra: RECONOCIMIENTO.
Solo el que ha sido marginado sabe darle valor a la inclusión.
Las conversaciones mantenidas en cada lugar, con cada rostro, con cada
mirada luminosa, era un mundo y una ventana amplia hacia lo humano.
Para contextualizar, es bueno saber que Ecuador es un país que se
compone de tres regiones: Costa, Sierra y Amazonía, por lo que es muy natural
sentir que estás en un espacio en la mitad del mundo donde coexisten una
especie de tres naciones al interior de un Estado.
La existencia de la diversidad en todas sus formas no impedía surgir lo
común en los compañeros, quienes declaraban el deseo de vivir mejor y con
dignidad, de salir de la extrema pobreza y pobreza, de darle educación a sus
hijos, de poder acceder a la salud a través de un seguro social óptimo, de
tener una jubilación, espacios de inclusión laboral dentro del negocio de la
basura, ser emprendedores y personas felices.
Con cada encuentro iba profundizando más y más en el ser humano valioso,
valiente y lleno de esperanza que hallas en un reciclador, siendo el primer
“golpe” de aprendizaje; ves y sientes que un reciclador no se da por vencido
por el hecho de “meter las manos a la basura” o por haber sido invisibilizado
durante largo tiempo por la sociedad o por ciertos actores políticos y parte
del mundo. Sin duda, descubres gallardía en dicho ser humano; buscas hacer
espejo con alguna de sus cualidades y solo te encuentras con tus viejos
prejuicios y la creencia absurda y paralizante de que para hacer algo “debes
tener todas las herramientas”.
La primera vez que visité una escombrera al sur de la ciudad de Quito
fue abrumador. La escombrera es un espacio donde los camiones de carga pesada
botan los escombros que servirán para rellenar el sitio y a su vez, donde los
recicladores rescatan de preferencia el metal. La escena es brutal. Mientras
los camiones ingresan en medio de un flujo agudo, bajo un ruido intenso y la
polvareda, se les puede divisar a los recicladores expectantes a la llegada de
una nueva descarga. Entre montañas de concreto inservible se mueven con el
peligro de algún derrumbe, evidentemente la labor es peligrosa y requiere un
alto grado de atención, de arrojo.
Luego viajé hacia la costa ecuatoriana para conocer el botadero de
Atacames. En dicho lugar los camiones de la empresa de aseo acostumbran a
descargar toda la basura de la zona. La temperatura del lugar es elevada al
igual que los olores. Allí conviven gallinazos, vacas, perros, animales
muertos, muebles viejos, basura domiciliaria, juguetes olvidados y los
recicladores de base, quienes están a la espera de la próxima descarga para
separar y rescatar lo que sirva. En medio de la escena, te preguntas cómo alguien
llega a transformarse en reciclador, si bien existe un sinfín de razones, las
más recurrentes por parte de los compañeros es su sensación de libertad en el
oficio que realizan, ya que no tienen un jefe que los controle y de paso,
pueden tener un espacio de trabajo donde ser útiles para sus familias que
esperan el pan.
“Me
enamoré de un reciclador” es sin duda la mejor metáfora para
comunicarle al mundo la admiración que ellos despiertan en otros (nosotros); si
bien han experimentado la marginación, el silencio de los gobiernos y de la
ciudadanía, la extrema pobreza y la invisibilidad, hoy son capaces de luchar,
de levantarse, de hacer sentir su voz y buscar un espacio como movimiento
social representando a más de 20 mil recicladores ecuatorianos. Ciertamente,
las manos de los recicladores no sólo reducen, reutilizan y reciclan, sino que
nos guían por medio de su labor hacia una manera de ser y de actuar en el mundo
con lo vivo, las personas y con nuestro yo interior.
Viva los recicladores del Ecuador y del mundo, vivan las manos que
limpian el rostro del mundo y de la humanidad.
Un
artículo de Francisca
Aguilar publicado en SITIOCERO y dedicado a los recicladores del Ecuador y del mundo, a
Laura Guanoluisa, Elvia Pisuña, Felipe Toledo y a mi abuela Carmen.
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