Un día, lejos de Chile,
estaba en una situación complicada, estaba haciendo cosas que siempre había
soñado, trabajaba con muchas personas diversas, un encanto de espacio, sin
embargo el equilibrio, si es que algún día lo tuve, se había ido. En ese
instante surgieron preguntas: ¿soy feliz?,
¿siento que fluyo con lo que hago?, ¿era esto lo que buscaba?, ¿por qué
perdí la paz si supuestamente estaba en el lugar correcto?
En esos instantes comenzaron
a aparecer los maestros.
Una amiga muy especial que por esos días se encontraba en Bolivia y con la cual conversaba por Internet
estando en Ecuador, me pregunta: ¿Por qué no haces un curso Vipassana? Ella
llevaba unos 3 a
4 realizados y vaya que su ser había cambiado, era una persona honesta, amable
y de gran entendimiento. Su propuesta no tardó en ser aceptada, busqué la web,
llené la ficha de inscripción y quedé en lista de espera, como estaba a una
semana de volver a Chile, pensé “si hay que hacerlo la lista de espera correrá”.
Los cursos de Vipassana se
hacen en todo el mundo. Duran 10 días, es decir, en solo 240 horas de tu vida podrás
experimentar el desprendimiento de todo lo conocido, salir de tu “realidad” e
ingresar al mundo de la meditación y el noble silencio.
Vipassana es una técnica
inspirada por Gautama, el Buda, quien llegara a la visión cabal, a la verdad última
sobre la realidad del hombre, quien descubriera hace 25 siglos de qué estamos
hechos (partículas subatómicas) y que el “yo” era solo una ilusión construida por
el ego. Un hombre iluminado que dejó una técnica que permite la “aceptación de
la realidad” o ecuanimidad, la concepción de
la impermanencia, la apertura del “ser” para ser feliz y por sobretodo, la
liberación.
Descubres que tienes la
posibilidad de acabar con la ignorancia que frena ese cambio que buscas, sin
duda la ignorancia espiritual no deja ver y te condiciona a creer que el mundo
externo es lo más concreto que tienes.
Vipassana confirma
Al pasar los días llega la
confirmación, dejando la lista de espera y obteniendo el cupo esperado.
Faltaban 4 días para lo
que en ese momento llamaba “retiro”. Los nervios se manifestaban en las tripas,
sentía ese miedo extraño que te hace pensar “y si mejor no voy”, mientras el
ser desde las profundidades dice “debes
ir”. Estás en esa dualidad y a veces en la polaridad de oponerte a tu
propio cambio, es la mente la que se resiste, comportándose poderosa e indómita.
Al llegar al lugar del
“retiro” (Putaendo-Chile) te hacen responder un cuestionario, aceptar el código
de disciplina y entregar tus pertenencias “valiosas” como celulares, dinero y
en mi caso la libreta de anotaciones más el lápiz. Luego te ubicas en la
habitación que compartirás con una o más personas, hablas, miras, preguntas y
luego asumes que esta persona será tu compañero de este viaje sin retorno.
Tienes cierta ansiedad
porque todo empiece pronto. En la noche de aquel día te comprometes a cumplir 5
preceptos o Sila (moralidad) durante 10 días: No matar, no robar, no mentir, no
tener relaciones sexuales y no consumir tóxicos, confieso que todas eran
posibles, excepto “no mentir”. También ingresas en el noble silencio y en la
experiencia de estar solo aunque estés en un mismo espacio con más de 70
personas, entre hombres y mujeres. La jornada siguiente, como todas las que
vendrían, comenzaría a las 4 de la madrugada al toque de gong -que temes no
escuchar-, meditar más de 10 horas diarias, más el desayuno, almuerzo y
merienda, para luego ir a la cama a las 21:30 horas.
Parece sencillo, los
comentarios de los amigos y la familia antes de partir son: “las medias
vacaciones”, “yo quisiera desconectarme” o “estar onda relajado meditando 10
días, la suertecita”. Esos comentarios me daban pudor y con ello la reflexión
de si en realidad merecía tener ese espacio mientras el mundo iba a 180 kilómetros por
hora. Una mezcla de irresponsabilidad y deber estaban en el ambiente.
Al toque de Gong
El silencio de la
madrugada hace surgir un gong imponente y envolvedor, son las 4 de la mañana,
¡a levantarse!
Todos bien abrigados
enfilamos a la sala de meditación. Es importante acomodarse muy bien, ya que
estarás dos horas sentado (para comenzar). Aquí los cojines son importantes, serán
tus amigos más cercanos, contendrán todo tu cuerpo durante largas jornadas y
días, deben ser resistentes, ya que los dolores no se harán esperar.
La primera tarea será
centrar la mente en un pequeño espacio a la altura de las fosas nasales y la
comisura del labio superior, donde ingresa la respiración (inspiración y
expiración), además de identificar las sensaciones, esta práctica se denomina Samadhi(meditación). La misión parece simple y la mente de manera brutal no revela las
dimensiones ni las dificultades de dicho ejercicio.
Las primeras
complicaciones son “cómo estar sentado” para no incomodarnos después de un
largo o corto tiempo. La espalda es la primera en acusar la falta de apoyo, el
trasero a la altura del coxis desea un mejor cojín, las piernas duelen al estar dobladas
en forma de indio y tu mente no logra ni por medio minuto conectarse con ese
pequeño triángulo de la cara.
Era complejo concentrarse,
un desafío para campeones, no logras focalizar la respiración y las sensaciones,
mientras tratas de evitar el dolor físico. A cada instante la mente se adueña
de la atención, piensas cosas sin sentido como “más rato me bañaré con agua
caliente”, “pucha me duele la espalda”, “porqué no traje más ropa” o “ese tipo
‘X’ me cae pésimo”.
Es así como empiezas a
descubrir situaciones valiosísimas para la vida. Primero es comprobar que el 98
por ciento de lo que piensas carece de contenido y tiene trascendencia cero o
mejor dicho, no te conducen a nada concreto, a nada. La mente se comportaba
como un Big Bang de pequeñas unidades de pensamientos (energía e información)
desconectadas entre si. Cada una de estas unidades estaban centradas en un
recuerdo (pasado) o lo que vendrá (futuro), el presente no lo conocía, creía
desde una comprensión intelectual lo que era, pero como no lo había
experimentado jamás, era imposible saberlo.
Por lo tanto lo segundo
que descubres es que hasta ese minuto jamás habías experimentado el presente,
34 años de vida sin vivenciar el “aquí”, entonces qué podría saber de la
realidad, de lo que perciben los sentidos y su construcción casi inmediata de
lo que creemos ver.
Es brutal y común preguntarse:
“quién” eres realmente. Te deslizas de manera lineal por el tiempo gracias al
sistema nervioso, ya que pareciera que no estamos preparados para experimentar
todo de una vez, sin embargo, todo está allí flotando como un sistema solar.
Lo tercero y con ello la
caída “en parte” del ego, es darse cuenta que nuestras comprensiones de las
cosas son desde la intelectualidad, o sea desde la capa externa de la mente,
del consciente, sin hacer “carne” aquello que profesamos saber. Es como
depositar la creencia en una ilusión que aceptamos sin saber si es cierta.
Decimos “sí, claro eso es así”, “estamos todos en red”, “hay que vivir en el
aquí y el ahora” o “nuestro espíritu está alegre”:
¿Qué es espíritu?
¿Qué es así?
¿Qué es la red?
¿Qué es el presente?
El dolor
Después de (tus primeras)
dos horas de meditación viene el desayuno que es muy abundante, ya que el
almuerzo es mesurado y la merienda un guiño. Todo aquello es pensando en el
estado que debes lograr para poder constatar tu ser en ese breve instante
llamado presente. Aquí no hay azares, cada elemento de la experiencia tiene una
razón, aunque trates de cuestionarlo.
Al inicio no comprendes
porqué debes tener la concentración en un solo punto del cuerpo durante horas y
días, pues la mente habla hasta el cansancio, el hemisferio izquierdo se
resiste a ser domado y acallado, él no quiere rendirse. Sientes que cada
intento de concentración es fallido, que no lo lograrás e incluso te preguntas
abriendo con disimulo los ojos “qué hago aquí entre todas estas estatuas
humanas mientras el mundo se incendia”.
Paralelo a ello, comienzas
a sentir dolores en diversas partes del cuerpo, esto no es para todos igual.
Sientes dolores musculares, tensión, ardor, te enderezas y duele, te encojes y
duele, te inclinas hacia la derecha y
duele más. Cambias las piernas de posición y claro, ya los pies no se duermen,
pero las rodillas punzan. El estómago es un festival de sonidos, los eructos se
aflojan como ángeles y otros temas que no detallaré. Es tan común toda esta
sensación corporal que la comunidad de meditantes entra en una intimidad que parece
igualarnos.
Sabes que si la meditación
dura una hora, hora y media y hasta dos, debes permanecer allí, debes lograr
“observar el dolor”, aceptar la realidad “tal y como es”. La razón es muy
potente, ya que al observar el dolor, logras ampliar tu capacidad de vivir ante
lo que rechazas sin rechazarlo, aún más,
empiezas a saber quién eres.
El cerebro tiende a reaccionar y cada reacción
acrecienta las sensaciones. Por
ejemplo, si sientes un dolor el cerebro reacciona con aversión consiguiendo
acentuar así la sensación (vedana) y de paso el pensamiento: “Esto no lo quiero”. Lo mismo ocurre
cuando la sensación es agradable: “Quiero
repetirla”. Cada sensación en su forma se convierte esencialmente en una
adicción, hecho que nos hace depender de ellas, ya sea deseando o rechazando,
ambos trayectos nos producen un estado común que trasciende a cualquier
diferencia humana resumida en una sola palabra: infelicidad, ser desdichado.
Es aquí donde mente y
materia, pensamiento y cuerpo, sentir y salud, parecen ligarse o quizás nunca
estuvieron separados. Cada uno trabaja para el otro.
Observar el dolor es una
experiencia inicialmente violenta, ya que lo intentas controlar o te resistes,
sin embargo la clave está es entregarse a aquello que pasa en ese presente, en
este instante, aceptando la realidad “tal y como es”. Esa simple acción hace
aminorar el dolor corporal, parece magia pero es real. Descubres que gran favor
le haces a tu cuerpo actuando así.
Al salir de la sala de
meditación tras la experiencia de conocerse sientes estar en un estado de tránsito y hasta
te desplazas de la misma forma. No comprendes nada, mientras un velo comienza a
resbalar. Quieres arrancar de allí, dejar la práctica hasta ahí. Quieres volver
a tu vida de ilusión, ya que la otra, la que está por venir te asusta, pues es
desconocida, en definitiva: estás apunto de salir de la Matrix.
Todo cambia
Los días pasan como un
parpadeo, son intensos. El silencio parece una necesidad, es una decisión noble
y sabia.
Comienzas a ansiar la
estabilidad, sientes que la necesitas, ya sea al meditar, al sentir, al pensar,
al caminar, al dormir. Quieres que todo sea “de una forma”. Quieres que ese
viaje como quien cae al túnel sin fondo del País de las Maravillas termine ¡ya!
Cuando hablan del fluir de
las cosas no es una metáfora, ya que tanto las sensaciones, el vivir constante,
el nacer para morir, nuestra piel o el comportar de las partículas subatómicas
nos indican que “todo aparece y desaparece”. Nadie se baña dos veces en un
mismo río (Heráclito).
La impermanencia es un
hecho y una constante, permanecer equilibrados o ecuánimes a ello es lo que
cambia la historia del buen vivir. De ahí la importancia de aceptar el
presente, sea como sea, sea bueno o malo, eso de seguro “cambiará”.
¿Cómo apegarnos a las cosas, a las
personas, a lo que pasó o vendrá, a todo lo que creemos que nos pertenece?
¿Qué nos pertenece en la
impermanencia universal?
Claramente esto no es
simple de procesar, quizás demores toda la vida, un segundo o un promedio de
ambas, quién sabe aquello. Estás vivenciando un despertar sin retorno, cambias tu punto de vista o el punto donde
te situabas para comprender la maravilla esponjosa del universo, de la nada,
del espacio vacío que somos y que habitamos.
Salir de la Matrix es
dejar de vivir en el mundo exterior para vivir en el interior y desde él. Nada
ocurre fuera sino dentro de nosotros; es el proceso de cambio imprescindible,
el necesario, el despertar espiritual que falta para vivir en armonía con el
todo.
La experiencia Vipassana
te entrega las llaves o quizás tu mismo te las entregas para despertar a la vida, a esa que durante
tus primeros nueve meses existía, donde tu ser era honesto contigo y tu con él.
Saliendo de la Matrix
Al cuarto día, el profesor indica que luego de estar tres
días agudizando la mente a través del ejercicio de concentración llamado Samadhi
(meditación), puedes pasar a la práctica Vipassana.
La nueva misión es
concentrar la atención y ecuanimidad en
cada parte del cuerpo, desde la cabeza a
los pies y de los pies a la cabeza. Distinguir cuáles son las sensaciones, si
son fuertes, sutiles o si no detectas nada. Además, se suma otro desafío, en
las meditaciones grupales (tres diarias y de una hora de duración) deberás
mantener la misma postura, los ojos cerrados y tus manos en el mismo lugar,
pase lo que pase.
En la cuarta jornada las
molestias han crecido. Surgen nuevos dolores mientras los primeros síntomas van
en retirada. La mente logra concentrarse y el hemisferio izquierdo se
ha rendido, ya no sientes esa voz interna que parlotea. Comienzas a
experimentar el presente e ingresas al área del inconsciente, aquel espacio
vedado y misterioso del ser humano.
La concentración es un
estado que amplifica tus sentidos, consintiendo que escuches todo, hasta los
sonidos más sutiles. Tu mente alcanza una claridad en diversos ámbitos,
solucionas temas personales, hallazgos teóricos, espirituales y de vida
cotidiana, te invade la creatividad y el manejo del espacio físico, sintiendo
cada paso, cada sabor, cada cucharada que ingresas a tu boca.
Al meditar puedes lograr un grado de concentración tal que dejas de moverte, la
respiración toma un ritmo muy lento, ingresando cuotas sutiles de aire al
cuerpo. Las extremidades se paralizan y solo la cabeza parece existir. Posteriormente
sucede algo maravilloso, por fin comienza el viaje hacia el interior, alcanzando
esa fusión con el todo, mente y materia parecen uno, siendo un instante tan
verdadero, sin perder por cierto ninguna conexión con el entorno, es decir, no
es que estés “en otra”, es que estás experimentando el increíble
estado de la reveladora lucidez.
Es así como inicias el
camino hacia la sabiduría o Pañña.
Durante los 6 días
restantes las meditaciones estarán enfocadas en observar las sensaciones de
cada parte del cuerpo, precisar la manifestación del free flow o libre fluir de
la energía y el conocimiento cabal de ti mismo.
Cada día tiene su afán.
Cuando ya piensas que aprendiste, que estás unido con el todo, al siguiente
segundo ya eres una piedra insensible que parece no conectarse con nada. Nada
permanece, todo duele y deja de doler. Ciertamente los primeros 6 días sientes que
eres un deportista en un centro de alto rendimiento, piensas que no lo
lograrás. La mente por su parte te envía sueño, cansancio, justificaciones, es
la verdadera serpiente de la historia, es la indomable que debe ser sometida
por ti.
En paralelo, la noche y el
dormir tienen su rol también, cada sueño parece una revelación. Surgen así las
personas que han sido claves en el camino, los que amas, los que odias, tus
pudores, la locura de las tormentas personales fijadas en concretas tempestades
oníricas. El magnífico gong se materializa en los sueños, marcando principios y
fines, abriendo espacios, cerrando otros. En otros casos ni alcanzas a soñar
porque es imposible dormir, tienes tanto ahí dentro que arreglar.
Vipassana, la técnica de la liberación
Es increíble lo que puedes
hacer en solo 10 días de tu vida. Es inevitable hacer una lista mental extensa con los nombres o personas que deseas
que lo vivan. Al cabo del curso te sientes realmente feliz porque no solo ves
una oportunidad para ti sino para el mundo.
Meditar puede ser la actividad
comunitaria capaz de sanar al mundo.
Sabes que lo esencial no
está en los 10 días ni en el aprendizaje de la técnica, sino en la constancia
de la práctica. Desde hoy sabes que la meditación se sumará a tu cotidianeidad,
de lo contario la mente hará su trabajo y comenzarás a creer nuevamente en el
mundo exterior sabiendo la verdad de la Matrix.
Al meditar temprano, antes
de cualquier otra actividad, puedes comenzar el día con mucha energía, buen
carácter y equilibrio mental, lo notas al trabajar, al realizar tareas, todo
parece fácil y de fluir rápido, te sientes inspirado por vivir.
Tus objetivos de vida
también cambian al descubrir (ver) tus talentos y el propósito de vida, aquella
verdad que llena de sentido la existencia, sabes que aquello lo harás con
gusto, sin quejas ni agotamientos y lo que es mejor, buscas que tu labor pueda
servir a los demás.
Todos los parámetros
conocidos de lo que debe ser la vida, el trabajo y las relaciones humanas
desaparecen, la mente se rinde y decides abandonar la vida que tenías, optando
por actuar de manera honesta con tu ser.
Ya no sigues al mundo, aquella cáscara consensuada como realidad
mundial ha desaparecido y tu te has liberado.
Desde hoy eres una mujer y un hombre libre.
Hermoso !!!
ResponderEliminarKram!
Rosa González
hola! estoy interesada hace tiempo en realizar este viaje. Pero no sé donde inscribirme, podrias darme el dato por favor?
ResponderEliminarte lo agradezco
Hola Andrea, te dejé un mensaje en tu Facebook bajo el nombre de Francisca Aguilar.
EliminarAbrazos