San Francisco de Asís en uno de sus tantos estados de
iluminación descubre que “somos espíritu”, somos un espíritu que experimenta la
experiencia humana.
Dicha iluminación para ser entendida debe sobrepasar la
comprensión intelectual que acostumbra a decirnos con voz gruesa “Oh sí, eso es
tan obvio”, mientras otra voz mental exclama con incredulidad “¡esos son
inventos!”.
Ciertamente es experimentando, es estableciendo una conexión
con la inteligencia organizada del universo (Dios, Fuente, Energía, etc.) lo
que permite revelarnos el espíritu que está en nosotros. Sin embargo la
realidad del mundo externo ha insistido en mostrar nuestro interior y lo que allí
sucede como una ilusión, como si lo externo fuera el mundo real que de manera
impositiva se presenta ante el ser humano.
La meditación como práctica milenaria tuvo para todos los budas,
avatares y salvadores de la historia, el rol de conectarlos con su espíritu,
con el espacio más genuino que reside en nosotros para su autoconocimiento. Estos
hombres a través de dicha acción lograron saber de qué estaban hechos, cuál era
su propósito, la razón de la existencia (de la suya) y por consiguiente, la
capacidad de poder manejar su propia mente, convirtiéndose así en seres de paz,
sabios y libres.
La libertad es un deseo, una aspiración presente y constante
que se relaciona con la insatisfacción diaria, con la “sensación” de sentir que
se está en el lugar incorrecto, con la o las personas incorrectas y haciendo lo
incorrecto. La insatisfacción entonces se instala como un estado permanente,
verdadero e inevitable que el ser humano asume sin resistencia, es más, piensa,
siente y actúa como si aquello fuera la razón de su existencia, en resumen:
renuncia a su libertad.
Los seres que conocen su espíritu -aquello que somos-, llegan
a un estado de libertad tal que el mundo exterior no lo aprueba definiéndolo como
“locura”,
“ya que no es posible dejarlo todo, todo lo material, lo afectivo y lo
conocido hasta ahora, ¿cómo?, pues si eso es libertad mejor quedarse en la “cárcel”
de todos los días”, mejor seguir viendo la película de final conocido: “y fuimos
infelices para siempre”.
Una de las emociones que actúa como barricada o bloqueo al
momento de decidir por la liberación es el “miedo”. Como es habitual somos
seres de rutinas, las necesitamos, ya sea nos peinamos igual, caminamos por las
misma calles y usamos la misma cantidad
de azúcar todos los días. La idea es sentir seguridad y el convencimiento
ilusorio de tener el control sobre lo que vendrá: el futuro. Tales razones son
impuestas por la mente, aquella voz tras el escenario que va dando indicaciones
como un director sobre nuestros actos, el cómo sentirnos, pensar y hasta dónde
enojarnos.
Es aquí donde la meditación toma un rol revelador
demostrándonos en qué medida la mente dirige lo que hacemos a cada instante y
cómo aquello influye en las sensaciones del cuerpo. Parece un todo, como una
condena de la cual no podremos zafar, sin embargo, con la meditación descubres que
por sobre la voz mental está el Ser y con ello la oportunidad de domar la mente,
dirigir los pensamientos y eliminar las diversas adicciones que terminan por
arrebatar la libertad del hombre.
Las adicciones son innumerables e inconscientes y comunes entre los humanos, esto se proyecta en
frases ordinarias como: “tengo mucho trabajo”, “no tengo tiempo”, “ deseo esto
o aquello”, “me carga lo que hago, pero me pagan bien”, “soy así y así me
quedaré”, “quiero comprarme esto o lo otro”, “soy lo que los demás dicen de
mi”, “tengo muchas deudas” o “no puedo hacerlo, me quedo con la vida que tengo”,
son frases condicionadas por el mundo exterior y su manera asfixiante de determinar
el devenir del hombre, como si él no tuviera la capacidad de cambiar las cosas,
de vivir distinto, de vivir mejor.
Los que escucharon el “espíritu”, los que encontraron su Ser
allí bajo las adicciones, descubrieron que a través de la conexión que
establece el espíritu con la energía inteligente organizadora del Universo, se puede
obtener una verdad, una respuesta, aquel despertar de la conciencia que entrega
las instrucciones del viaje. Los esfuerzos, la ansiedad, la pena y la
insatisfacción desaparecen, iniciándose así la danza con la vida, con aquello
que vinimos a hacer, con el propósito de la vida, de la tuya y la mía. Por fin establecemos
un vínculo con el Ser, con ese pequeño colibrí que nos habla de manera genuina
y que nos conduce a vivir en libertad.
En conclusión, el “estado humano” nos aleja de lo real e
importante de nuestra esencia en el más puro de los sentidos, pues todos tenemos
espíritu, todos al morir en la Tierra seremos abandonados por él. Es así como
un vivo ahora muerto deja de brillar, deja de mirar, deja de sentir, deja de
conectarse con la humanidad. Por lo tanto la frase ya no será “debes ser más
humano” o “actúa como tal” sino “sé tú, sé espíritu” y con ello, comprender aún
más la experiencia humana que hoy nos ocurre.
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